Lo miró impasible, conteniendo la respiración; porque donde se hallaba, entre los arbustos del bosque, tenía una magnífica vista del gigante. Salió de la espesura de las Corzas, para saludarlo, como cada mañana. El corzo clavó su mirada en el monte, que aquella mañana le regalaba su esplendor, porque soplaba poniente largo y pudo contemplarle en su totalidad. Majestuoso, presidiendo el Estrecho.
Inamovible, viendo pasar océanos de tiempo y de gentes. Barcos y vertidos. Temporales de viento y agua. Inmigrantes tragados ante su presencia, con una basta conciencia.
Jebel Musa le llaman. Vástago de un tiempo añorado, en el que la naturaleza reinaba sobre la tormentosa humanidad, sobre la que aire, tierra y mar, hoy día, temerosos reclaman sus orígenes...
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